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LA PSICOLOGÍA SOCIAL EN LA ENCRUCIJADA POSTCONSTRUCCIONISTA. HISTORICIDAD, SUBJETIVIDAD, PERFORMATIVIDAD, ACCIÓN.

Lupicinio Iñiguez
Departament de Psicología de la Salut i de Psicología Social
Universitat Autónoma de Barcelona
Edifici B
08193 Belaterra (Barcelona)
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http://antalya.uab.es/liniguez/


XII Encontro Nacional da ABRAPSO. Estratégias de invenção – a Psicologia Social no contemporâneo

15, 16 e 17 outubro de 2003 Pontifícia Universidade Católica do Rio Grande do Sul PUCRS
Porto Alegre. Brasil
 LA PSICOLOGÍA SOCIAL EN LA ENCRUCIJADA POSTCONSTRUCCIONISTA. HISTORICIDAD, SUBJETIVIDAD, PERFORMATIVIDAD, ACCIÓN.



Resumen

La década de los 90 vivió la consolidación de la perspectiva construccionista tanto en la psicología social como en otras áreas de las ciencias sociales. Después de un inicial rechazo y deslegitimación por parte de la psicología social mainstream, la prespectiva poco a poco fue ganando visibilidad y reconocimiento. Como prueba de ello puede esgrimirse la multiplicidad de artículos y libros, así como su presencia curricular en los programas formativos. En los últimos años, nuevos debates se han puesto en marcha en conjunción con la emergencia de nuevas orientaciones, otras perspectivas críticas que toman forma en las ciencias humanas y sociales. Muchos de estos debates tienen como punto de referencia y confrontación el construccionismo social. Conocimiento situado, encarnación, performatividad, nuevas subjetividades y procesos de subjetivización, dilución de dicotomías como natural/social, persona/objeto o individual/colectivo, son hitos de un nuevo paisaje intelectual dentro del cual se esbozan nuevas psicologías sociales. Plantearé en la presentación algunos de estos nuevos enfoques, una reflexión de / un debate con la perspectiva construccionista y el esbozo de una visión personal.

Palabras clave:
Psicología Social, Psicología Social Crítica, Construccionismo social, Post-construccionismo

  LA PSICOLOGÍA SOCIAL EN LA ENCRUCIJADA POSTCONSTRUCCIONISTA. HISTORICIDAD, SUBJETIVIDAD, PERFORMATIVIDAD, ACCIÓN.

“El construccionismo disuelve la dicotomía sujeto-objeto afirmando que ninguna de estas dos entidades existe propiamente con independencia de la otra, y que no da lugar a pensarlas como entidades separadas, cuestionando así el propio concepto de objetividad. De hecho, el construccionismo se presenta como una postura fuertemente des-reificante, des-naturalizante, y des-esencializante, que radicaliza al máximo tanto la naturaleza social de nuestro mundo, como la historicidad de nuestras prácticas y de nuestra existencia. Desde esta perspectiva, el sujeto, el objeto y el conocimiento, se agotan plenamente en su existencia sin remitir a ninguna esencia de la que dicha existencia constituiría una manifestación particular, como tampoco remiten a ninguna estabilidad subyacente de la que constituirían una simple expresión particular. En definitiva, el carácter literalmente construido del sujeto, del objeto y del conocimiento arranca estas entidades fuera de un supuesto mundo de objetos naturales que vendrían dados de una vez por todas” (Ibáñez, 1994: 250).

He aquí las bases del programa socio-construccionista. En los ochenta, este tipo de perspectiva penetra en el conjunto de las Ciencias sociales y, específicamente, en la Psicología social y se convierte en revulsivo en un contexto disciplinar marcado por una ortodoxia heredera del positivismo. Encuentra una fuerte oposición y las voces en contra se alzan potentes y descalificadoras, llegando a la amenaza de exclusión, cuando no a la exclusión misma, de todas aquellas personas que se sentían atraídas por este programa.
 
La cuestión ahora es, después de más de veinte años, ¿aún mantiene el construccionismo la misma carga de rebeldía? O por el contrario ¿estamos delante de una nueva forma de ortodoxia? Y si éste fuera el caso, ¿comportará la ejecución de similares políticas de exclusión con los disidentes?

Aquello de lo que quiero hablarles es precisamente del construccionismo mismo para aventurar algunas de las claves que, a mi juicio, se encuentran en el paisaje post-cosntruccionista una vez sentidos algunos desasosiegos, algunos malestares, algunos problemas incluso que pueden derivarse de la “época dorada” construccionista.

Mantendré, sin embargo, algunos puntos de anclaje relacionados con la voluntad de mantener en permanencia una perspectiva crítica en Psicología social. Perspectiva crítica en lo teórico, pero también el el estudio específico de procesos sociales y, por qué no también, en la intervención. Lo que me gustaría es perfilar un panorama dónde aún tengan cabida aportaciones que subviertan el carácter instituido y objetivo de las ciencias sociales partiendo del posicionamiento de que la autoridad científica es, en estos momentos, la autoridad con mayor poder a la hora de justificar el mantenimiento de un orden social, de legitimar órdenes sociales con efectos de sujeción y dominación de las personas.


2. EL PUNTO DE VISTA SOCIOCONSTRUCCIONISTA

Creo honestamente que nunca ha estado demasiado claro, sobretodo entre sus críticos, qué es o en qué consiste eso que se llama “construccionismo”. La crítica fácil, que ha dominado desde el inicio, lo ridiculiza desde la estrambótica idea de que su esencia misma no es sólo que afirme que todo es una construcción social, sino, sobretodo, que es una construcción lingüística. Tal ridiculización utiliza como tropo retórico la celebrada idea de que los/as construccionistas desatienden las limitaciones y constricciones que impone la realidad material.

Pero el construccionismo, o mejor –para no reificar- la perspectiva construccionista no es exactamente eso. Lo que quiero decir es que al decir esto, el sufijo “ismo” tiene el efecto discursivo de reificar un proceso, haciendo aparecer algo como una “escuela” de pensamiento, o una “nueva teoría”. Esta perspectiva es algo más complejo, con bastantes más matices que convendría señalar y tener en cuenta. A pesar de ello, es bien cierto que no se puede ofrecer una definición única de “construccionismo social”. Mas bien, se pueden detallar ciertos elementos y supuestos que, vistos en conjunto, podrían representar esa “perspectiva”, o como ha dicho Tomás Ibáñez (1994) ese “movimiento”.

Los elementos y supuestos de esta “perspectiva” o “movimiento” constituyen una amplia y abierta lista. Y, además, contra lo que se puede suponer a partir de las críticas “desde fuera”, nada homogénea pues como dice Vivian Burr (1997), no se puede afirmar que haya ningún elemento sine qua non que determine la adscripción de un autor o autora al “construccionismo social”.

Sin embargo, están bastante claros los antecedentes donde enraizar esta perspectiva. Por parte de la Sociología, las influencias más notables han sido el Interaccionismo Simbólico (Mead, 1934), la Etnometodología (Garfinkel, 1967; Heritage, 1984) y, sin duda, el impactante trabajo de Peter Berger y Thomas Luckmann (1967) “La construcción social de la realidad”. Por parte de la Psicología, el trabajo originario principal ha sido sin duda el de Kenneth Gergen (1973) “La Psicología Social como Historia” al que se suman otras obras producidas en el contexto de la “crisis de la psicología social” como la de Nigel Armistead (1974), y algunas posteriores como la de Jerome Bruner (1990), entre otras.

El conjunto de obras y autores/as es, al día de hoy, amplísima. Sólo por citar algunas obras más significativas, habría que aludir a: Kenneth Gergen (1991, 1994), Rom Harré (1986), Julian Henriques, Wendy Holway, Cathy Urwine, Couze Venn y Valerie Walkerdine (1984), Celia Kitzinger (1987), Tomás Ibáñez (1989, 1990, 1994, 1996), Ian Parker (1998), Ian Parker y John Shoter (1990), Nikolas Rose (1989, 1996), John Shotter (1993). En el caso de desarrollos específicos no se pueden olvidar las obras producidas en el marco de los estudios sociales de la ciencia: Bruno Latour (1987), Bruno Latour y Steve Woolgar (1986), Karen Knorr-Cetina (1996). Ni lo que podemos llamar el “construccionismo práctico” y su posterior desarrollo conocido como “psicología discursiva”: Michael Billig (1987), Derek Edwards (1997), Derek Edwards y Jonathan Potter (1992), Jonathan Potter (1996), Jonathan Potter y Margaret Wetherell (1987).

Si hay algo que se pueda identificar como característica principal, ésta sin duda es su posición crítica, su posición de continuo cuestionamiento de aquello que venimos considerando como obvio, correcto, natural o evidente. En palabras de Edward E. Sampson (1986:37) “todo es sospechoso mientras no haya más información”. Lo que, como dice Tomás Ibáñez (1994:276) “...obliga a vivir peligrosamente, bajo la constante tensión de tener que revisar sin tregua las seguridades que se alcanzan”


Elementos para una posición construccionista

Es ya un lugar común decir que el mundo es una “construcción social”, o que las personas son “construcciones sociales”. En definitiva, que todo es una “construcción social”. Para no caer en esta simplificación en la que confortablemente han concluido muchas lecturas del “construccionismo social”, veamos algunos elementos que marcan y definen un talante construccionista.

a) Antiesencialismo.
Las personas y el mundo social somos el resultado, el producto, de procesos sociales específicos. Esto implica que ni las personas ni el mundo “tienen” una naturaleza determinada. La consecuencia de ello es, por tanto, la de mantener un marcado antiesencialismo. No existen objetos naturales, los objetos son lo que son porque los hacemos, y nosotros somos tan dependientes de ellos, como ellos de nosotros. La noción de objeto es una convención social y por consiguiente, dependiente de la definición que hacemos de él. No hay pues objetos “naturales” que existan ‘en la realidad’ de forma independiente, más bien son objetivaciones resultantes de prácticas sociales que los han cinstituido como tales (Ibáñez, 1994). La misma idea se aplica a los objetos psicológicos en el sentido de que no provienen de una supuesta ‘naturaleza humana’, sino que son también resultado de prácticas de objetivación.


b) Relativismo/Antirrealismo
Un punto de vista construccionista Implica la negación de la relación entre el conocimiento y la percepción directa de la realidad, en el sentido de que la “Realidad” es sólo un conjunto de versiones construidas  colectivamente en el seno de las distintas sociedades y culturas a lo largo de la historia como comunidad. La “Realidad” no existe con independencia del conocimiento que producimos sobre ella o con independencia de cualquier descripción que hagamos de ella (Rorty, 1979). En consecuencia, es en ese sentido en el decimos que construimos la realidad y que lo que decimos acerca de ella es una cuestión de convenciones.  No hay entonces separación entre la realidad y el conocimiento producido sobre ella. El objeto no genera su representación sino que resulta construido por nuestras prácticas (Ibáñez, 1994).

Esta perspectiva es, por tanto, relativista, aunque al decir esto se estimule la mayor de las desconfianzas y los recelos. Pero el relativismo también ha sufrido una potente estereotipación y desvirtualización, por lo que se ha de afirmar que adoptar una postura relativista no supone ubicarse del lado de la indiferencia hacia los otros o del idealismo más ramplón (Ibáñez, 2001): Como dice Tomás Ibáñez, “el relativista no suele tener problemas en su vida cotidiana con la realidad, no le molesta considerar que hay cosas que son reales, tampoco suele tener problemas con la verdad, no duda en afirmar qué es verdad y que si atraviesa la calle justo cuando pasa un coche puede ocurrirle algo. El relativista no tiene problemas con las conceptualizaciones pragmáticas de la realidad y de la verdad. La realidad y la verdad son creencias indispensables para la vida cotidiana, pero no quieren un estatus transcendente, objetivo y absoluto, les basta un estatus de ‘ir por casa’, es decir simplemente humano” (Ibáñez, 1996:87).

c) Cuestionamiento de las verdades generalmente aceptadas.
La perspectiva construccionista se caracteriza también por el continuo cuestionamiento de la “verdad”, poniendo en duda sistemáticamente el modo cómo hemos aprendido a mirar el mundo y a mirarnos a nosotros mismos. Esta perspectiva cuestiona la idea de que el conocimiento se base en la observación objetiva e imparcial de la realidad. Como sostiene Kenneth Gergen (1999) el construccionismo social deposita en las relaciones conjuntas el sentido que los seres humanos damos a la verdad, a lo que está bien o mal, a lo que es bueno o malo, por lo que se puede afirmar que “lo que es ‘obviamente verdad y bueno’ para una comunidad es frecuentemente fraudulento o moralmente repugnante para otra. En este sentido el construccionismo invita a una continua postura de autorreflexión –incluso de mirar hacia uno mismo. Cada palabra, proposición o propuesta debe ser provisional, abierta a la deconstrucción y a la evaluación político-moral” (Gergen, 1999:221).

d) Determinación cultural e historicidad del conocimiento.
Toda concepción del mundo o de lo social, es social y culturalmente dependiente. Las formas de categorización y conceptualización son específicas de cada cultura y cada momento histórico concreto. Y esta es una afirmación que se aplica no sólo al conocimiento ‘común’, sino también al ‘conocimiento científico’.

Afirmar que “lo social” es histórico significa que las prácticas sociales producen  conocimiento y construyen la realidad social. Al tiempo, ver la producción de conocimiento como práctica social implica que el conocimiento científico posee un carácter histórico, esto es, que se constituye mediante prácticas sociales como cualquier otra forma de saber. De ello se puede extraer la consecuencia de que los fenómenos sociales poseen un carácter procesual, lo que deja fuera la dicotomía ‘producto’ –el fenómeno considerado como producto en el momento de analizarlo- ‘proceso’ –que sustentaría el producto. “El tijeretazo que se da al tiempo permite tratar un fenómeno social como si fuera un '‘objeto' ’estable, un '‘producto' o una '’cosa'’ con lo cual se satisface obviamente a las exigencias del ideal e inteligibilidad positivista, pero al mismo tiempo se cambia irremediablemente la naturaleza, o la identidad del fenómeno investigado”. (Ibáñez, 1994:230).

Así pues, desde un punto de vista histórico y cultural, no hay nada absoluto, ningún saber es verdadero ni definitivo. Las distintas concepciones del mundo son dependientes de su contexto cultural e histórico, es decir, que toda forma de conocimiento en una cultura concreta y en una época histórica dada, es peculiar y particular.

e) El lenguaje, condición de posibilidad.
La realidad se construye socialmente y los instrumentos con los que se construye son discursivos. Esto se puede afirmar porque el lenguaje no sólo es referencial, si no que es, fundamentalmente, de naturaleza formativa (Shotter, 1987, 1993 a y b). El lenguaje no es únicamente expresivo o referencial sino una forma de acción mediante la cual construimos el mundo.

La capacidad preformativa del lenguaje implica, entre otras cosas, que nuestras concepciones del mundo no tienen su origen en la “realidad objetiva” sino en las variadas interacciones que las personas realizamos cada día, así como en las que mantuvieron quienes nos antecedieron en el tiempo. Cuando “llegamos al mundo”, el entramado, las estructuras y las categorías conceptuales propios de nuestra cultura ya existen, y es precisamente durante el desarrollo de nuestra capacidad lingüística, y por medio de ella, cuando adquirimos estos conceptos socialmente elaborados.

De modo gráfico, todas las personas que forman parte de una comunidad lingüística, o que han formado parte de ella, contribuyen con cada acción e interacción desplegada en su vida cotidiana a elaborar y reproducir la estructura conceptual y los significados de sus concepciones sobre el mundo. El lenguaje es una condición previa de lo que llamamos pensamiento, ya sea individual o social (Gergen, 1994, 1999; Edwards y Potter, 1992).

f) El conocimiento es una producción social
El conocimiento, incluido el conocimiento científico, es el resultado de una construcción colectiva. Las prácticas cotidianas fabrican nuestro saber y nuestra concepción del mundo y de nosotras/os mismas/os. De entre las prácticas sociales, las más importantes son las discursivas. “En definitiva, el conocimiento científico tiene en común con el conocimiento sin otras adjetivaciones el hecho de nacer en el seno de la interacción social y de constituirse en el espacio de la intersubjetividad con base en las convenciones lingüísticas, a los presupuestos compartidos y a los diversos procedimientos para establecer un consenso que sólo es posible gracias a la existencia de un mundo de significados comunes. En consonancia con las aportaciones de la teoría crítica, el construccionismo destaca los diferentes intereses que guían las diversas racionalidades científicas y concluye a la inevitabilidad de que los conocimientos conlleven operaciones normativas y repercutan sobre la propia realidad social” (Ibáñez, 1994:107).

La relación entre conocimiento y práctica social es una relación de influencia recíproca. Efectivamente, los saberes y el conocimiento sobre el mundo son resultado de la acción conjunta (Shotter, 1993 a y b) y dan lugar a formas diferentes histórica y culturalmente. Al mismo tiempo, cada conocimiento construido conjuntamente abre el campo de nuevas y diferentes formas de acción social. Cada saber, cada conocimiento social posibilita ciertos modos de acción social al tiempo que excluye otros.

g) “construcción social”
Todo lo anterior delimita el campo de la “construcción social”, no es pues una mera afirmación trivial o sin sentido.

Uno de los peligros de la perspectiva construccionista es convertir la noción de “construcción social” en algo de carácter estático y reificante, es decir, algo permanente y produciendo el mismo tipo de efecto que producen las cosas.  Esta es una concepción estrecha y limitante de construcción social. Creo que aquí viene bien la contundente afirmación de Tomás Ibáñez: “...una construcción social no participa de la metáfora arquitectónica de un edificio que, una vez construido, se mantiene por sí solo. Lo socialmente construido no sólo ha sido construido por determinadas prácticas sociales, sino que esas prácticas lo mantienen de forma dinámica, incesantemente. Si cesan las prácticas, la construcción se esfuma” (Ibáñez, 1996:67)

Las prácticas sociales crean estructuras, incluso instituciones, sociales pero igualmente las estructuras sociales inciden y ejercen una fuerte influencia sobre las prácticas. Toda práctica social entonces, aunque pequeña o insignificante,  trivial o cotidiana, contribuye de manera directa a la construcción de lo social. Las estructuras e instituciones sociales constituidas constriñen, condicionan y enmarcan también dichas acciones e interacciones. Si no fuera así, basta pensar sólo un momento qué pasaría con nuestro mundo y nuestra vida si, por un instante, se paralizaran todas las acciones sociales, completamente. No hay pues mundo ni vida social sin la existencia de las prácticas que los constituyen de donde se muestra el enorme valor de su capacidad constitutiva.



2. MANTENER UNA PERSPECTIVA CRÍTICA

Después de algún tiempo hemos podido caer en una cierta complacencia con el “ideario construccionista” convirtiéndolo en una especie de “nueva ortodoxia”. Entiendo que un talante crítico debe huir de esta clase de complacencia. Ahora bien, antes de pasar a dibujar algunos elementos del nuevo paisaje “post-construccionista” me gustaría señalar algunas características que han sido útiles en la empresa construccionista y que creo pueden ser todavía útiles en el futuro. Son características que relacionadas con una forma de entender al ser humano que merecen ser tenidas en cuenta: la historicidad de nuestro conocimiento y el carácter interpretativo del ser humano

Extraer consecuencias del carácter histórico del conocimiento

Ya he dicho, y esto puede relacionarse con el descalabro de la “fe positivista” y con la emergencia de nuevas perspectivas de tipo crítico, que las disciplinas científicas no son “productos naturales”, sino mas bien el resultado de prácticas sociales, históricamente situadas y propias de una sociedad determinada. En este sentido tanto los fenómenos y procesos psicosociales como las elaboraciones acerca de ellos, son vistos como marcados ineludiblemente por la historicidad: “Interpretar un fenómeno social” implica explicar sus condiciones de constitución. Todo fenómeno social es depositario de memoria ya que está conformado en virtud de las relaciones sociales que lo han posibilitado, no  sólo en cuanto a su correspondencia con un determinado periodo histórico o por las alteraciones producidas por el tiempo (...) Aceptar este planteamiento implica cuestionar la objetividad de los saberes psicosociales al restituirles su dimensión social (Gergen, 1982; Ibáñez, 1989) y no abandonarlos a la hipotética certidumbre de los hechos, que se presuponen como invariables, estables y no sometidos a ninguna contingencia” (Vázquez, 1998:68).

La emergencia del interés por la historia es una de las huellas dejadas por la crisis de los paradigmas positivistas en las ciencias sociales y creo que es una herencia que convendría conservar. En el caso específico de la Psicología social, el artículo “La psicología social como historia” de Kenneth Gergen (1973) marcó un punto de inflexión en la comprensión de los procesos psicosociales. Este planteamiento vale para cualquier proceso social o psicosociales, pero señalaré específicamente la identidad como un caso ejemplar cuando se ha visto como un producto históricamente constituido: el individuo es un invento moderno, las ciencias que lo estudian también tienen su aparición en contextos sociohistóricos concretos, y su inteligibilidad se hace imposible sin el recuerdo de esa historicidad. (Foucault, 1975, 1990; Cabruja, 1994, 1996)

Asumir plenamente el sentido de la la historicidad y que el papel de las ciencias y de sus objetos no se reduce a una propuesta de explicación lineal de la constitución del presente, abre la posibilidad de pensar el presente pero también la de construir futuros distintos: “En cada momento existen varios futuros posibles, de los que tan sólo uno se realizará. En esta medida se puede decir que, al igual que ocurre con el futuro, tampoco el pasado está ‘ya escrito’ puesto que sus características se van actualizando en función de unos desarrollos posteriores  concretos que no agotan, por definición, el conjunto de todos los desarrollos posibles. No es ya que el futuro dependa en parte del pasado, sino que el propio pasado adquiere algunas de sus características en función del futuro que efectivamente se realiza. De todos los ‘no acontecimientos’ que están presentes en una situación dada, sólo se concretizarán aquellos que se puedan ver desde el futuro que efectivamente se ha realizado” (Ibáñez, 1994:219)

De lo que se trata en definitiva es de admitir que la realidad posee un carácter procesual (Ibáñez 1989, Gergen 1973). Por tanto, no basta con decir “la realidad social” es histórica. Lo que hay que decir es que los fenómenos sociales no sólo son históricos porque cambian con el tiempo y porque son relativos al periodo en el que se manifiestan, sino porque son intrínsecamente históricos, es decir, que tienen memoria, y que lo que son resulta de la historia de su producción, de las peculiaridades de la cultura donde se producen, de sus tradiciones y del modo de vida de la sociedad (Ibáñez, 1994). El presente de cualquier fenómeno, personal, social, político, científico, no es independiente de su genealogía, o lo que es lo mismo, su forma actual resulta de las prácticas sociales y de las relaciones sociales que lo fueron constituyendo. El potencial de este punto de partida se ve en el trabajo de, entre otras, las corrientes post-estructuralistas, que vieron con claridad y asumieron en toda su magnitud, que no se puede dar cuenta satisfactoriamente de un fenómeno si no se dilucida también el proceso de su constitución. Los desarrollos de investigaciones genealógicas han demostrado también una gran capacidad de innovación y reflexión creativa respecto a lo que nos pasa, a nuestro presente.

Para el caso de la psicología social, la aceptación del carácter histórico del conocimiento implica que “el conocimiento que elabora la psicología social sobre sus objetos de estudio no es un conocimiento que cambia únicamente porque sea más preciso, más rico o más acertado, sino que es un conocimiento que también cambia porque cambian las características de los objetos sobre los que versa”. (Ibáñez, 1989:110). Por ello, enfocar genealógicamente el estudio de un objeto de conocimiento nos permite comprender nuestro presente, resaltando al mismo tiempo que su repetición no es obligatoria en el futuro.

Es la historia, la tradición de una ciencia, la que fundamenta su andadura, la que orienta sus preguntas y la que confiere interés a sus elecciones y problemas. La idea de tradición que mantiene Hans-Georg Gadamer (1960), nos permite pensar que la tradición no sólo es la que encuadra nuestro pensamiento e interpretación de lo que ocurre, si no que es precisamente esa tradición la que posibilita cualquier lectura del mundo o de nosotros mismos.


Subrayar el carácter interpretativo del ser humano

Cualquier saber formulable, incluido el de las ciencias naturales, descansa sobre presupuestos hermenéuticos y sobre las preinterpretaciones inherentes al lenguaje (Gadamer, 1960; Ibáñez, 1990). La orientación hermenéutica ha revitalizado en el ámbito de la producción científica, la relevancia que poseen el lenguaje y los significados, teniendo en cuenta el contexto sociohistórico de su producción. La hermenéutica ha enfatizado la importancia de la comprensión y ha señalado, además, que el modo mismo de participación del ser humano en el mundo pasa irremediablemente por la comprensión (Gadamer, 1960). Ningún proceso social, y específicamente ni la Ciencia ni el sujeto pueden darse sin interpretación, pues nuestro conocimiento del mundo y de nosotros/as mismos/as está vinculado a la interpretación que realizamos desde el marco lingüístico y cultural en el que nos desenvolvemos. No es posible entonces delimitar la objetividad del sujeto sin la interpretación y sin que medie el juego hermenéutico.

De entre las orientaciones hermenéuticas, la que siempre me ha atraído, y en la que me apoyaré, es la de Hans-Georg Gadamer (1960). Gadamer sostiene que toda interpretación es dependiente de sus condiciones sociohistóricas de producción y de los anclajes culturales y lingüísticos del sistema de significados que la articulan. Una interpretación adquiere su significado en un contexto determinado, en un marco interpretativo al que ese significado se incorpora y que, para Gadamer (1960), está condicionado por nuestras preconcepciones. Estas “preconcepciones” son colectivas, históricas y culturales, porque dependen de la posición que el sujeto ocupa dentro de una tradición histórica y cultural específica. Esto las convierte en condiciones de posibilidad para interpretar y también el propio límite de la comprensión misma. Justamente esta idea de que no podemos sino interpretar a partir de una tradición histórica concreta en la que nos enclavamos, es la que resulta imprescindible desde mi punto de vista en el marco de una perspectiva crítica.

Para Gadamer la hermenéutica es la ontología del ser humano, es decir, como personas no tenemos otra forma de vivir que la de procesar y producir sentido, por lo que a partir de aquí es importante tener en cuenta cuál es nuestra producción de sentido sobre un objeto, en qué preconcepciones se apoya, cuáles son sus tradiciones y sus condiciones de producción.

Otros pensadores, con posterioridad al Gadamer, tales como Paul Ricoeur (1981) o Charles Taylor (1985), o sociólogos como Anthony Giddens (1982, 1984) han desarrollado diferentes líneas de la orientación hermenéutica. Específicamente, Charles Taylor (1985) ejerce una notable influencia por haber desarrollado una conceptualización del ser humano, no sólo como ‘animal hermenéutico’ sino como ‘animal autointerpretativo’. Es decir, como un ser cuya naturaleza está constituida por las propias interpretaciones de sí mismo. Como sugiere Tomás Ibáñez (1994), la conceptualización de Taylor se presenta como ineludible para toda ciencia social que tome en cuenta la dimensión “irreductiblemente subjetiva” que presenta la experiencia humana, y que a su vez no desatienda las condiciones sociales de su emergencia en un contexto que va más allá de los significados compartidos y que se adentra en los significados comunes dentro de una comunidad.


3. ¿EN QUÉ SE HA EQUIVOCADO EL CONSTRUCCIONISMO?

Así dice Steve Brown en un artículo reciente (2002), refiriéndose a la Psicología social crítica que él coloca en su totalidad en la galaxia construccionista.

Posibles respuestas a esta pregunta se encuentran en los recientes debates sobre el construccionismo y las innumerables críticas publicadas en los últmimos años. Dejaré de lado aquellos debates centrados en la discusión sobre las implicaciones epistemológicas y ontológicas del construccionismo que se hayan generado desde posiciones que, en sentido corto, podemos llamar convencionales cuando no conservadoras (Greenwood, 1994; Hacking, 1998; Hibberd, 2001a, 2001b; Jenkins, 2001). También dejaré por el momento aquellas críticas surgidas desde una posición menos hostil (Liebrucks, 2001; Maze, 2001; Nightingale y Cromby, 1999; Velody y Williams, 1998), para centrarme a título ilustrativo, en la formulada por Steve Brown.

Él es considerablemente más duro que yo. Por un lado la acusa de haber asumido una especie de “retórica de la guerra”, entre buenos y malos, donde los buenos serían los/as construccionistas y los malos/as la psicología social mainstream, y también de asumir, tomando una idea de Michel Serres (1990), una ‘filosofía de la denuncia’. Ésta se caracteriza por el propósito de acusar y denunciar. Aquí la acusación y la denuncia sería la de ver a la Psicología social dominante como batallando contra la asimilación de las ciencias sociales con las ciencias naturales. Y le atribuye también el ser una especie de imagen especular de la Psicología social dominante, es decir, siguiendo la máxima de formular hipótesis que luego se han de contrastar empíricamente, por mas que en el tipo de contrastación y el tipo de instrumentación utilizada para ello, fueran diferentes. Finalmente cree que el construccionismo es una especie de teología, pues cuando quiere defenderse de la acusación de irresponsabilidad política o social, se sitúa en una posición maximalista al pretender que puede realizarse un juicio neutro a partir de una especie de “creencias puras”.

No puede decirse que sean críticas sin sentido. Pero en buena medida surgen de una homogenización de posiciones construccionistas que ignora las diferencias y los matices que pueden identificarse dentro del movimiento. No es lo mismo el construccionismo realista de un Ian Parker o de un Rom Harré, que el construccionismo práctico de una Derek Edwards o un Jonathan Potter, por poner algún ejemplo. Lo que Brown ve como retórica belicista o filosofía de denuncia, podría ser alternativamente visto como práctica de resistencia ante la dominación; la presunta emulación del programa empiricista hipotético-deductivo, un ansia de mantener un anclaje en la vida cotidiana. La “teología construccionista” que Brown denucia, podría ser mas bien una nueva agenda política donde la desestabilización, sería una práctica de acción directa contra aquello dado por sentado.

¿Qué está entonces equivocado desde mi punto de vista?. Probablemente la acritica acomodación a la paulatina institucionalización del construccionismo social. En efecto, de lo que no cabe la menor duda es que en tan solo dos décadas este movimiento ha pasado de ser un marginal en las ciencias sociales y en la Psicología social, para pasar a ser una perspectiva reconocible y reconocida, con sus propios medios de comunicación y difusión, recursos públicos para investigación, etc. Y a este proceso no se ha posicionado siempre de forma crítica y contundente sino, frecuentemente con un talante conformista y acomodaticio. Si hace 20 años defender una tesis doctoral en este tipo de perspectiva era un acto heroico, hoy es, en algunos ámbitos, una marca de distinción y una garantía de promoción profesional y académica.

En el caso específico de la Psicología social, una equivocación también ha sido un excesivo ánimo y práctica proselitistas. En efecto, la “colonización”, el enrolamiento de personas, grupos, ámbitos y temas de investigación, posiciones académicas y de medios de difusión, se ha hecho con un ánimo casi misionero que ha conseguido expandir efectivamente al movimiento, pero al precio de hacer incluir en su seno cualquier clase de cosa, planteamiento o perspectiva sólo por el hecho de ser “marginal”, atípica o, incluso, estrambótica. Ello ha contribuido innegablemente a perder atención por el detalle, a los matices y, con frecuencia también, al necesario tempo de la reflexión seria, al debate constante, a la acción contra la dominación entendida como homogeneización. Así mismo la amalgama de orientaciones y posiciones que hoy en día se engloba en el movimiento está creando una situación de conflicto de no fácil resolución.

¿Qué hacer? Una posibilidad sería abandonar y como se dice en España “echarse otra vez al monte”, volverse en contra suya y trabajar por nuevas formas de pensamiento y acción críticas y emancipadoras que permitan de nuevo gestar un revulsivo y una alternativa al conocimiento instituido. En este tipo de salida, Tomás Ibáñez ve un peligro, a saber, que muchos/as de los que no pudieron soportar la emergencia de los plateamientos construccionistas se conviertan en aliados ahora: “estos son los aliados junto a los cuales nunca habría que caminar, porque si se trata de emprender en algún momento el desmantelamiento del socioconstruccionismo, será para construir con nuevas propuestas y con algunos de sus restos un nuevo movimiento que extreme los impulsos iniciales que le animaros y consiga proyectarlos más lejos de lo que él mismo supo hacer” (Ibáñez, 2003).

Mientras se decide qué hacer, pueden lanzarse algunas propuestas. Desde mi punto de vista, algunos supuestos constitutivos del construccionismo pueden mantenerse. Otros deben atender a las críticas que se le han hecho en los últimos años. Pueden asumirse perspectivas nuevas. Y, finalmente, puede re-hacerse la agenda política para adaptarla a los nuevos desafíos que plantea las nuevas formas de estructuración y organización social y contribuir a la construcción de un mundo mas justo y mas igualitario.



4. APERTURAS Y EFERVESCENCIAS. ELEMENTOS DE TRÁNSITO HACIA UN PAISAJE POST-CONSTRUCCIONISTA


No debemos asumir una posición complaciente sólo con la contextualización histórico-cultural de la producción del conocimiento, la asunción el carácter interpretativo de los seres humanos, o los principios que sustentan una perspectiva construccionista. Asumirlos, pero también eventualmente criticarlos, es lo que nos permitirá sustentar en permanencia una perspectiva crítica en Ciencias sociales y, específicamente, en Psicología social. En los últimos años, cuestionamientos,  ideas nuevas, propuestas distintas, así como nuevas prácticas están ejerciendo una influencia enorme en las nuevas formas de pensar. Nos referiremos aquí a la reflexividad, cuyo desarrollo conceptual más importante se lo debemos a la sociología del conocimiento científico, a la Actor Network Theory (ANT), que traduciré como “teoría de la actriz-red, a la epistemología feminista y a la noción de perfrmatividad.
 

La reflexividad como característica de la producción de conocimiento

“Reflexividad” es un concepto crucial en toda práctica de producción de conocimiento científico. Jonathan Potter la define así: “la reflexividad se refiere a un conjunto de cuestiones que se plantean cuando consideramos la relación existente entre contenido de una investigación y los escritos y las acciones de los investigadores” (Potter, 1996:286) .

Ahora bien, la reflexividad se ha entendido, dentro de este significado compartido, con matices diversos. Para la Etnometodología, por ejemplo, la reflexividad tiene que ver con las descripciones de una situación y con su construcción, en el sentido de que describir una situación es construirla, algo que tiene que ver simultáneamente con la comprensión de aquello que acontece y con la explicitación de esa comprensión. En palabras de Harold Garfinkel (1967:1), significa “que las actividades realizadas por los miembros para producir y manejar las situaciones de su vida organizada de todos los días son idénticas a los procedimientos utilizados para hacer descriptibles dichas situaciones”.

La Sociología del Conocimiento Científico ha señalado las consecuencias que comporta considerar que no son sólo los hechos quienes están construidos socialmente, sino que la descripción de los modos en que se produce la factualidad, así como sus descripciones, son ellos mismos construcciones sociales (Ashmore, 1989).

Desde un talante construccionista, la reflexividad es vista como la capacidad de los seres humanos de “romper la disyunción objeto/sujeto” (Ibáñez, 1994). Esta capacidad hace posible que las personas sean capaces de verse a sí mismas como objeto de análisis, lo que ha abierto la posibilidad de construir el mundo de los significados compartidos y la intersubjetividad, condiciones necesarias para la constitución de “lo social”.

El sentido que le daría aquí, no obstante, parte de la constatación de que la reflexividad o práctica reflexiva consiste en hacer “objetivable” el conocimiento (dimensión racional-epistemológica), y a la vez es una forma de resistencia a discursos dominantes en el conocimiento psico-social (dimensión ético-política). En efecto, durante mucho tiempo se ha mantenido en la ciencia y el conocimiento científico la creencia de que el/a científico/a era claramente diferenciado de su objeto de investigación (y lo mismo vale para el/a persona que interviene y la intervención). Ello permitía garantías de objetividad y validez a su producción ya que, de alguna manera, no se producía la “contaminación” entre la subjetividad humana y los fenómenos del mundo. Sin embargo, con una mirada con talante construccionista y crítico, la realidad no puede ser “representada” sino tan sólo aprehendida a través de descripciones sobre ella que hacemos tanto los/as científicos/as como cualquier persona en su actividad cotidiana. Así pues, si abogamos por el rigor y la honestidad de nuestro trabajo como productores/as de conocimiento, es decir, como científicos/as, nos vemos obligados a volver la mirada hacia nuestras propias prácticas como científicos o investigadores. Son esas prácticas las que construyen y configuran no una realidad, sino una aproximación, versiones a las que llamamos “realidades”, pero sabiendo que son formas ficcionadas, construidas por nosotras/os en nuestro ejercicio de investigar o intervenir sobre los fenómenos sociales.

Así pues, como investigadoras/es nos convertimos además en objeto de nuestra investigación, o lo que sería lo mismo, “nos objetivamos” frente al mundo y frente a determinados auditorios al tomar conciencia de las determinaciones sociohistóricas en la construcción de categorías sociales, pensamientos y percepción de los principios con que representamos el mundo.

En el proceso reflexivo emergen otra consideración: el/a investigador/a lo es en la medida en que se relaciona con objetos y sujetos en su actividad, y lo que surge en esa relación es un producto que si en parte está predeterminado por la naturaleza de los objetos y sujetos sociales (construcciones socio-históricas), tiene un componente impredictible y creativo, producto de elementos contingentes, indexicales y circunstanciales del contexto donde acontece la acción. Esto permite modificar el conocimiento de los objetos (en el transcurso que va desde su presentación hasta después de mantener una relación con ellos) y permite que como investigadores podamos modificarnos e ir cambiando, es decir, tengamos una capacidad de agencia, o lo que es lo mismo, el poder de utilizar otras posiciones y elementos intersubjetivos de definición y acción que movilicen otros discursos y que anulen ciertas categorías socialmente predominantes.

Las implicaciones políticas resultan obvias. Como dice Tomás Ibáñez: “El psicólogo social se encuentra en la necesidad de interrogar permanentemente los conocimientos que produce para saber cuáles son las formas sociales que contribuye a reforzar o a subvertir y para saber en definitiva cuáles son los intereses a que está sirviendo” (Ibáñez, 1989: 115).

Pero puede decirse que la reflexividad así entendida, asume otra vez un dualismo esencial y esencialista entre la acción humana y el mundo natural, entre lo humano y lo no humano. Pero la agencia puede ser vista de otro modo, no solo desnaturalizando la acción del sujeto (tarea que el socioconstruccionismo desarrolló muy competentemente) sino de-socializando la agencia misma sin naturalizarla. Aquí los planteamientos de la teoría de la actriz-red (ANT) nos ayudarán en esa de- re-construcción.

La teoría de la actriz-red (Actor network theory)

La teoría de la actriz-red ha reconocido el valor positivo de las aportaciones del socioconstruccionismo pero argumenta que ha comportando como efecto un “esencialismo social” que ha asumido de forma acrítica  la dicotomía natural/social, humano/no-humano y la separación de lo natural por un lado y lo social por otro (Doménech, 1998). Atribuye también al socioconstruccionismo desatención a custiones como las relativas a en qué consiste exactamente lo social, cuál es le papel de las ciencias en su constitución y por qué ha devenido objeto de estudio y conocimiento. Es precisamente la teoría de la actriz-red,  gestada en el seno de los estudios sociales de la ciencia y la tecnología, de la mano de Bruno Latour, Michel Callon, John Law, entre otros (Callon, 1992; Callon y Law, 1982; Latour,1991a, 1991b, 1991c; Law, 1987; Law y Hassard, 1999). De la amplia gama de propuestas de la ANT, señalaré tres, las más pertinentes para el argumento: el principio de simetría generalizado, el recurso a la semiótica y la noción de cuasi-objeto.

El principio de simetría establece que se han de explicar en los mismos términos naturaleza y sociedad (Latour, 1991a). La propuesta es, por un lado, convertir en objeto de investigación empírica, por ejemplo mirando en las prácticas de los propios científicos, cuestiones que hasta ahora eran tratadas epistemológicamente, y por otro, abstenerse de dar por sentado aquello que los actores estudian y someten a escrutinio. “Es decir, como primera exigencia, entrar en los contenidos. Pero no para presentar la ciencia como producto, sino para mostrar cómo ésta se elabora y, por tanto, centrándose en la práctica de los científicos mientras éstos las llevan a cabo. Como segunda exigencia, prevenirse de utilizar explicaciones que se basen en dualismos que se toman como dados, sin cuestionarse, como la distinción verdadero-falso o la distinción naturaleza-sociedad(...) Una vez que se asume el modelo de explicación simétrica, lo que antes aparecían como cuasas (la sociedad, la naturaleza) son ahora las consecuencias, el efecto de complejas negociaciones, alianzas y contra-alianzas que forman parte de la actividad de los científicos, vista ésta, ahora, bajo el prisma de una concepción estratégica” (Domènech, 1998:36).

El recurso a la semiótica. La ANT ve el discurso como un mediador entre la naturaleza y la sociedad. En ese sentido, la esfera del sentido es relativamente autónoma, concepción que le permite escapar de toda naturalización o sociologización abriendo un campo para situar entidades híbridas. De sta concepción semiótica se deriva la noción de actante. Actantes son seres o cosas que participan en un proceso de cualquier modo. La semiótica es en la ANT una caja de herramientas para rastrear las huellas del lenguaje e indagar sobre el modo en que se construye el significado, considerando que esa construcción deviene de la del orden y la construcción de caminos y que en ella pueden intervenir dispositivos, máquinas, cuerpos, textos, etc.

Cuasi-objetos y cuasi-sujetos. El principio de la simetría generalizada implica que ya no se pueden considerar a la naturaleza o a la sociedad como principios últimos que den sentido a la realidad. Por ello, apela a objetos híbridos que no ajustan a conceptos clásicos como objeto, texto, sujeto y otros equivalentes, se trata de los cuasi-objetos y cuasi-sujetos. La idea fue extraida por Bruno Latour del trabajo de Michel Serres (1980). Estas entidades son a la vez naturales, sociales y discursivas. No son objetos ni sujetos pero su acción tiene efectos, marcan, determinan, configuran entramados de conexiones: “Radicalizar el principio de simetría significa para Callon y Latour hablar de entidades que toman su forma, significado y atributos como resultado de sus relaciones con otras entidades. En este razonamiento, las entidades, sean éstas las que sean, actores humanos o agentes no humanos, no tienen cualidades inherentes, no poseen esencias. Dualismos como los arriba mencionados, pasan de ejes articuladores de cualquier razonamiento sobre el mundo que nos rodea a meros efectos o productos, y pierden su papel de parámetros inmutables e indiscutibles en el orden de las cosas. Radicalizar el principio de simetría sobre el telón de fondeo de la semiótica, implica conceptuar las entidades sociales y naturales que pueblan nuestra vieja realidad como construcciones, como producciones o emergencias de redes heterogéneas, de entramados compuestos por materiales diversos cuya principal característica es precisamente esta heterogeneidad que se da entre ellos” (Domènech y Tirado, 1998:24-25).

La noción de cuasi-objeto y cuasi-sujeto definen a su vez la de actor-red. Un actor-red es un cuasi-objeto que interconecta elementos heterogéneos o, incluso, una red capaz de transformar y redefinir los constituyentes mismos de la red. Es un conjunto de interacciones heterogéneas con la propiedad de transformar tanto las interacciones como a quienes participan en ellas.

En el nuevo panorama post-construccionista la ANT nos descubre las implicaciones que el dualismo natural-social tiene y nos abre un campo nuevo de posibilidades de conceptualización de agentes, sujetos u objetos. Entre otras, nos permite  equilibrar el balance entre lo natural-social recolocando lo material y creando una nueva hibridación conceptual alejada de esencialismos culturalistas o materialistas. Por otra parte, nos permite re-definir la agencia.

En efecto, la agencia que, como he señalado, ha sido  vista como la propiedad definitoria de los seres humanos, pasa a ser vista como una acción no teleológica ni contingente a la intencionalidad interna de los sujetos, sean estos sociales o individuales, sino emergente en el entramado de interacciones entre actantes híbridos en el sentido de los actores-redes.

En esta misma línea de reivindicación de una semiología de lo material, también se ha señalado la importancia de tener en cuenta los objetos y las cosas como elementos participantes en la construcción de lo simbólico, que está dando lugar a lo que podríamos llamar una ‘psicología social de los objetos’. No voy a entretenerme ahora en ello, pero una presentación de esta propuesta puede encontrarse en Miquel Doménech, Lupicinio Iñiguez y Francisco Tirado (2003).

Posicionamientos: las consecuencias de la epistemología feminista


El escenario actual de las Ciencias sociales y humanas no sería lo que es sin las aportaciones de la epistemología feminista. Ha cuestionado y puesto de manifiesto la relación íntima e inextricable existente entre un sujeto que percibe y aborda la comprensión de un objeto, y el objeto concreto sobre el que enfoca su mirada.

La epistemología feminista ha enfatizado que toda mirada, es una parte productora del objeto que se ve, y la ciencia no escapa a ello. De este modo, las epistemólogas feminista han documentado “fallos” en diseños de investigación y han probado la operatividad de determinados prejuicios en la selección y definición de los problemas de estudio científico, así como en la interpretación de los datos que arroja, esta perspectiva ha evidenciado que el sujeto, la comprensión que pone en marcha y el objeto, tanto en su percepción inicial como en su resultante tras el utillaje comprensivo, no son ni pueden ser neutros. Específicamente, la epistemología feminista se ha centrado en poner de manifiesto los sesgos de tipo patriarcal y sexista de la “mirada” científica, dirigiéndose a hacernos notar tanto su reflejo en las diversas epistemologías utilizadas para abordar el conocimiento de un objeto, como también esforzándose en que podamos evidenciar que la presencia de esos sesgos atraviesa el propio objeto de estudio de tales saberes, es decir, que el género atraviesa todo el conocimiento científico y sus nociones anexas (Perona, 2000). Como dice Margot Pujal, “la prespectiva crítica feminista se propone examinar la forma en que esta ideología particular está presente en el discurso científico moderno. Partiendo de un análisis contextualizado de la forma en que operan las dicotomías jerárquicas modernas, estas pensadoras feministas ponen de manifiesto que las dicotomías, presentes en el discurso científico, en su retórica de la verdad se sirven de disimetrías tales como: público-privado, impersonal-personal, razón-emoción, abstracción-concreción, instrumental-afectivo y masculino-femenino, que identifica el primero de sus términos con la subjetividad construida como universal y marcada por el género masculino. (...)” (Pujal, 1994:135).

Ningún objeto es neutro, está teñido y atravesado por significados e implícitos, y la mirada con que se aborda, la epistemología y metodologías que lo “desentrañan”, es una mirada de género. Todo ello no es sino una prueba más de que el modelo de conocimiento de las sociedades occidentales es ideológico, y que procede y se contrasta fundamentalmente a partir de las experiencias masculinas.

Las implicaciones de esta posición son múltiples. La primera de ellas, propiamente epistemológica (considerando la estrecha relación existente entre ciencia, ontología y filosofía práctica) y ya mencionada como prioritaria, es precisamente la que atañe a la definición de las nociones de sujeto y objeto. En efecto, permite desenmascarar sus definiciones tradicionales al desvelar la relación incontestable que existe entre los aspectos lógicos y metodológicos con que las epistemologías abordan el conocimiento, y los aspectos sociológicos y psicosociales que definen tanto al sujeto y al objeto como a la propia institución en que se ubican. El sujeto de conocimiento es una subjetividad que, lejos de ser abstracta, está claramente situada. Tal como sostiene Evelyn Fox Keller (1985), la presunta neutralidad y objetividad de la ciencia, en sus aspectos psicológico y cognitivo, es una construcción masculina. Un sujeto de conocimiento es un sujeto con una preconcepción del mundo, no un individuo abstracto, ahistórico e incorpóreo. Por tanto, la subjetividad está situada y se encuentra tanto en el sujeto como en el objeto, así como en la relación que se establece entre ellas.

Otra de sus implicaciones tiene que ver con el método. Tal y como consideran sus teóricas, el método empleado por la física no puede ser el modelo a seguir por cualquier método de conocimiento científico que no sría sino un método atípico, una excepción (Harding, 1986, 1993). Dicho método no tiene en cuenta los elementos y determinaciones sociales que afectan al sujeto y al objeto de conocimiento, y tampoco considera o cuestiona las conductas intencionales basadas en prejuicios de producción utilizados de forma consciente en base a una finalidad y objetivo definidos.

Además de estas consideraciones, una parte de la perspectiva epistemológica feminista critica toda teoría que se pretenda universal. Para ello, se basa en la subjetividad y la concepción fragmentada de las subjetividades (Haraway, 1991), lo que en el ámbito de la epistemología significa tener en cuenta las particularidades de los sujetos de conocimiento y del propio objeto del mismo. Así pues, utilizar las producciones y formulaciones de la epistemología feminista implica considerar que cualquier teoría de la ciencia no puede establecer de manera estándar la comprensión de su objeto de estudio sin reflexionar acerca de quién es el sujeto de conocimiento, qué posición ocupa, cómo está influyendo el género en los métodos utilizados y, una cuestión central, qué podemos entender por ciencia.

La riqueza de la epistemología feminista radica en su claro posicionamiento de crítica social. Los principios orientadores de las teorías y prácticas feministas se han materializado en duras críticas hacia los procesos sociales, políticos, históricos de desigualdad y dominación. El concepto de transformación de las relaciones sociales sigue teniendo su vigencia desde las primeras formulaciones y sigue siendo el motor de orientación de todos sus desarrollos teórico-conceptuales.  Pero el pensamiento feminista no ha conseguido únicamente cambios en los planos vistos hasta el momento. Para una agenda post-construccionista otras aportaciones son también extraordinariamente importantes. En particular, me referiré a continuación a la performatividad.

Performatividad

Como sabemos, una de las críticas mas crudas al construccionismo ha consistido en atribuirle un cierto idealismo lingüístico. No hay problema en reconocer que al enfatizar la importancia del lenguaje y la naturaleza discursiva de las prácticas sociales, el socioconstruccionismo ha contribuido a desencializar, denaturalizar y des-psicologizar al individuo y a los procesos psico-sociales. Pero seguramente eso también le ha llevado a desatender lo que podría ser llamado “prácticas no lingüísticas”. No es el caso de todo el construccionismo, pues como vimos anteriormente, una lectura foucaultiana del discurso y la práctica discursiva no anula ni desprecia la materialidad, sino que más bien la re-coloca en otro lugar del escenario. No obstante, siempre se puede decir que quizás se ha ignorado en demasía el efecto de objetos y materialidades que generan sus efectos utilizando medios no estrictamente lingüísticos.

La emergencia del llamado “pensamiento queer” o “teoría queer” (Fernàndez, 2000; Llamas, 1998; Mérida Jiménez, 2002; Preciado, 2002) y específicamente el enfoque de la performatividad de Judith Butler, ayuda a subsanar este problema y a abrir un campo nuevo de interés, cual es la subjetivación y las prácticas de subjetivación y a ofrecer nuevos elementos en una agenda política radical.

Confieso, aunque a algunas personas le pueda parece exagerado, que nunca desde Foucault recibí una bofetada tan grande con la lectura de un texto, como cuando leí la obra de Judith Butler.

Judith Butler ha perfilado la noción de performatividad. Máxima representante de la “teoría queer”, su planteamiento viene a revolucionar las nociones de identidad, subjetividad y prácticas de subjetivación en su análisis-propuesta en torno a la producción preformativa de la identidad sexual. Se trata de una posición antiesencialista que niega tanto el carácter natural de la identidad como su carácter fijo y estable. La identidad es una construcción social, efectivamente, pero una construcción que debe entenderse como un proceso abierto a constantes transformaciones y redefiniciones.

Para Judith Butler (1990, 1993) la identidad no es algo expresivo, algo en lo que el género responda a una esencia íntima que se exprese en la forma de rol característico, es decir, alguna cosa donde el sexo sea el núcleo natural que se actualice en las prácticas de género. Esa concepción sería sólo una matriz específica de inteligibilidad de corte heterosexual, un marco normativo dentro del cual se producen las identidades sexuales. Para Butler, por el contrario, el género no es una expresión de una esencia natural, el sexo, sino mas bien un efecto de la división social entre los géneros (Córdoba, 2002; Gil, 2002). Pero, además, hace una propuesta mucho más radical: propone un giro en la relación entre sexualidad y género, puesto que la versión convencional implica una naturalización de las identidades de género a través de su anclaje en el sexo que no es sino el efecto de un dispositivo político de reproducción de la heterosexualidad. El sexo como lo natural y el género su expresión socio-cultural no son sino efectos de la sexualidad como régimen normativo: “Si el género es algo construido, no lo es necesariamente por un ‘yo’ o un ‘nosotros’ que existan antes que la construcción, en ningún sentodo espacial o temporal del término ‘antes’. En realidad, no está muy claro que pueda haber un ‘yo’ o un ‘nosotros’ que no haya sido sometido, que no esté sujeto al género, si por ‘generización’ se entiende, entre otras cosas, las relaciones diferenciadoras mediante las cuales los sujetos hablantes cobran vida. Sujeto al género, pero subjetivado por el género, el ‘yo’ no está ni antes ni después del proceso de esa generización, sino que sólo emerge dentro (y como la matriz de) las relaciones de género mismas. (...) Afirmar que el sujeto es producido dentro de una matriz -y como una matriz- generizada de relaciones no significa suprimir al sujeto, sino sólo interesarse por las condiciones de su formación y su operación. La ‘actividad’ de esta generización no puede ser, estrictamente hablando, un acto o una expresión humanos, una apropiación voluntaria y, cuertamente no se trata de adoptar una máscara; es la matriz la que hace posible toda disposición previa, su condición cultural capacitadora. En este sentido, la matriz de relaciones de género es anterior a la aparición de ‘lo humano’ ” (Butler, 1993:25).

Así pues, en este sentido la identidad sexual no es la expresión o manifestación externa de un núcleo natural o esencial sino por el contrario que la idea misma de ese núcleo es un efecto de una identidad que no es otra cosa que su propia manifestación. El género es una puesta en escena detrás de la cual no hay un núcleo que le dé consistencia. El sujeto es constituido en este proceso, no es anterior a él.

Uno se convierte en lo que es en la medida en que reconoce en ese ser lo que ya-desde siempre ha sido, pero eso no es posible sin un acto previo de interpelación / socialización. Para Butler el sexo es un efecto del proceso de naturalización de la estructura social del género y la matriz heterosexual. El sujeto es llamado a identificarse con una determinada identidad sexual y de género sobre la base de una ilusión de que esa identidad responde a una interioridad que siempre estuvo allí incluso antes del acto de interpelación. Este es el centro de la concepción performativa del género. No hay una esencia detrás de las performances o actuaciones del género del que estas sean expresiones o externalizaciones. Al contrario, son las propias actuaciones (performances) en su repetición compulsiva las que producen el efecto-ilusión de una esencia natural: "no hay una identidad de género detrás de las expresiones de género; esa identidad se constituye performativamente por las mismas 'expresiones que, según se dice, son resultado de ésta" (Butler, 1990: 58)

Este concepto de performatividad tiene su anclaje en la idea del acto de habla performativo (o realizativo),  aquél que, según John Austin (1962) el decir algo equivale a hacer algo. Austin (1962) los distingue de los actos de habla constatativos, en los que simplemente el enunciado hace referencia a un hecho externo por la vía de la descripción y por lo tanto pueden ser juzgados en términos de verdaderos o falsos en función de que se ajusten en tanto que enunciados descriptivos a los hechos a los que se refieren. El acto performativo al contrario habrá de ser considerado en términos de su eficacia, de su éxito o fracaso y de los efectos que produzca. La interpelación del acto performativo no se dirige, como pretende, a un sujeto que ya existe antes de este acto, sino que, en sentido estricto, lo produce.

La voluntad política, emnacipadora de Butler le lleva a cambiar la pretensión de Austin de desarrollar un análisis de esos actos y de las condiciones que los posibilitan y que determinan su eficacia por considerar las condiciones que posibilitan el fracaso del performativo, y por lo tanto el fracaso de la interpelación del género. Incluso, más allá de las condiciones de posibilidad / imposibilidad del éxito del performativo, Butler se interesa en discernir qué procesos y qué actos de hecho ponen a la luz estas condiciones y efectúan una subversión  de su sentido. El análisis de la performance “drag” es el ejemplo prototípico que Butler utiliza pues pone de manifiesto el alcance y el poder de subversión contra el éxito de la subjetivización heterosexual. En este sentido, sin negar la carga de autoridad que se transmite en la enunciación performativa, lo que Butler explora es la posibilidad de fracaso, la posibilidad de re-apropiarse de la fuerza performativa, de la autoridad que transmite y por tanto la subversión de sus efectos, es decir, la posibilidad de resistencia.

Para mi argumento, el planteamiento de Judith Butler viene a ofrecer una alternativa tanto a la noción de construcción social como a los límites de la discursividad. En efecto, siguiendo a Butler, la cuestión no es si todo es una construcción social o si todo se construye discursivamente, porque cuando se plantean las cosas así, se está negando la fuerza constitutiva de la performance. Lo que Butler está proponiendo es una noción de construcción que implica una especie de “vuelta” a la materia. Pero una materia que no es sitio o superficie como ella misma dice, sino materia como “proceso de materialización que se estabiliza a través del tiempo para producir el efecto frontera, de permanencia y de superficie que llamamos materia” (Butler, 1993:28). Paralelamente, la construcción no es vista como un acto único o como un proceso de tipo causal iniciado por un sujeto del cual se deriven efectos. Mas bien, la construcción “no sólo se realiza en el tiempo, sino que es en sí mismo un proceso temporal que opera a través de la reiteración de normas” (Butler, 1993:29)

Sobre la cuestión de la discursividad, la posición de Butler es aún, si cabe, más radical. La apelación anti-construccionista de que siempre hay “algo” externo al discurso, distinto y anterior a él, es respondida por Butler de forma contundente. Referirse a algo extradiscursivo implica que se ha de delimitar previamente cuál es ese ámbito de lo extradiscursivo, y caso de poder delimitarse, entonces, y paradójicamente, será lo discursivo lo que estará delimitado por el discurso mismo del que pretendía liberarse.

Así pues, la performatividad no es sólo una acción lingüística, un acto de habla intencional del sujeto, sino una forma de poder. En efecto “para poder materializar una serie de efectos, el discurso debe entenderse como un conjunto de cadenas complejas y convergentes cuyos ‘efectos’ son vectores de poder. En este sentido, lo que se constituye en el discurso no es algo fijo, determinado por el discurso, sino que llega a ser la condición y la oportunidad de una acción adicional. Esto no equivale a decir que puede darse cualquier acción sobre la base de un efecto discursivo. Por el contrario, ciertas cadenas reiterativas de producción discursiva apenas son legibles como reiteraciones, pues los efectos que han materializado son tales que sin ellos no es posible seguir ninguna orientación en el discurso. El poder que tiene un discurso para materializar sus efectos es pues consonante con el poder que tiene para circunscribir la esfera de inteligibilidad. Es por ello que interpretar la ‘performatividad’ como una decisión voluntaria y arbitraria implica pasar por alto que la historicidad del discurso y, en particular, la historicidad de las normas (las ‘cadenas’ de iteración invocadas y disimuladas en la enunciación imperativa) constituyen el poder que tiene el discurso de hacer realidad lo que nombra” (Butler 1993: 267-268)


4. PSICOLOGÍA SOCIAL CRÍTICA: HACIA LA ACCIÓN SOCIAL

En los apartados anteriores hemos descrito algunos elementos característicos del construccionismo social, algunos de los problemas que se le plantean, así como el esbozo de nuevas tendencias y orientaciones que se han ido gestando en los últimos años, a veces en paralelo y otras al lado del construccionismo. Todo ello permite, creo, rediseñar la caja de herramientas para una “refundación” de una perspectiva crítica. En este sentido, pretende ser una contribución más a una perspectiva que ha sido etiquetada unas veces como “Psicología Social Crítica” (Hepburn, 2002; Ibáñez e Iñiguez, 1997), otras, “Nueva Psicología Social” (Ibáñez, 1989), “Corriente Alternativa” (Ibáñez, 1990), o “Psicología Social como Crítica” (Domènech e Ibáñez, 1998).  

Estas denominaciones diferentes no borran, sin embargo, una sintonía de base que es común, unas características que siempre están en su interior, una perspectiva similar, una mirada propia e identificable, una comprometida práctica de problematización. Algunas de estas características han sido resumidas por Tomás Ibáñez: “A un nivel muy general, esta psicología social ‘diferente’ asume un ‘giro construccionista’ (en la esfera ontológica), un ‘giro interpertativo/lingüístico’ (en el nivel de la metodología) y un ‘giro no-fundamentalista’ (en el plano epistemológico, incluso aunque la más radical de las críticas cuestione el propio concepto de ‘epistemología)” (Ibáñez, 1997:29).

Una “Psicología social crítica”  es entonces la consecuencia de un continuo cuestionamiento y problematización de las prácticas de producción de conocimiento y por tanto tiende a recoger la mayor parte de las características que he enunciado, es decir, la historicidad del conocimiento, el carácter interpretativo del ser humano, lo que hemos llamado el “talante construccionista”, la reflexividad del conocimiento, las aportaciones de la epistemología feminista y del conocimiento situado, la eclosión de los estudios sociales de la ciencia y la tecnología, la performatividad, etc. Sin embargo, si hasta hace poco decíamos (Garay, Íñiguez, Martínez, 2001) que, tanto en lo que se refiere a las asunciones ontológicas, como epistemológicas, metodológicas, políticas, etc. esta perspectiva se integraba en ese movimiento de tipo general que podemos denominar “construccionista”, hoy diré que se expande en la eclosión de perspectivas del nuevo paisaje postconstruccionista y que se enrola en el proyecto/intento de permeabilización de las disciplinas científico-sociales, convirtiéndose en un magma informe que impregna lugares y recovecos en el ámbito genérico de las humanidades y las ciencias sociales.
 
Si hace poco dije en otro lugar que “en los últimos años, las concepciones epistemológicas, teóricas y metodológicas subyacentes en las prácticas de la psicología social estándar han cambiado profundamente, se han dejado penetrar ideas y planteamientos de otras disciplinas distintas de la psicología social y de la psicología, de la epistemología feminista y de los estudios gay y lésbicos, ha habido un giro lingüístico y discursivo notorio, una oposición radical al positivismo, una severa crítica al individualismo, un compromiso con los procesos de cambio políticos y sociales, una difuminación de las fronteras de lo teórico y lo metodológico, etc. En definitiva, hay una ‘nueva psicología social’.(...) Sus ejes, dicho en breve, se estructuran en torno a la intersubjetividad y el imaginario social, a las perspectivas postestructuralistas y construccionistas, a los planteamientos postmodernos, al abandono de las grandes narrativas, al análisis del discurso, el análisis conversacional y la psicología discursiva como alternativa seria al cognitivismo dominante y, cómo no, al relativismo. ” (Íñiguez, 2000:155), hoy diría, además de todo eso, que los ejes ya no son tales, sino una malla donde los nudos son acontecimientos y posicionamientos inestables y sus hilos, conceptos híbridos de difícil si no imposible etiquetación. En consecuencia, la acción de producir conocimiento, ya se enmarque en el espacio de las ciencias sociales en general o bajo el título específico de psicologia social crítica, no podrá ignorar las nuevas condiciones que la posibilitan así como las consecuencias que desencadenan.

La agenda entonces es más política que científica, cualquier cosa que quiera significar científica en este contexto. Debo decir entonces que convengo con Alejandro Moreno (1993) en que lanzarse a investigar hoy después del cuestionamiento crítico de todas las bases epistemológicas de los métodos y de la ciencia misma, hace ineludible una reflexión en torno a las bases que fundamentan todo el trabajo de investigación que nos propongamos efectuar. En sus palabras: “en la actualidad, seguramente, ya no es el problema de la verdad el que se plantea (...), sino el de la responsabilidad” (Moreno, 1993:21). Y también convengo con Judith Butler (2001) en la idea de que “la teoría es en sí misma transformadora (...), no pienso que la teoría sea suficiente para la transformación social y política. Además de la teoría debe haber algo más, intervenciones a nivel social y político que implican acciones, trabajo sostenido, práctica institucionalizada, que no son exactamente lo mismo que el ejercicio de la teoría, aunque yo también añadiría que en todas estas prácticas se presupone la teoría. En el mismo acto de transformación social todas las personas somos filósofas no expertas, presuponiendo una visión del mundo, de lo que está bien, de lo que es justo, de lo que es detestable, de lo que la acción humana es o puede ser, de lo que constituyen las condiciones de vida necesarias y suficientes” (Butler, 2001:7).

Vivimos en un mundo globalizado y complejo, por utilizar las expresiones al uso. Pero, ¿vivimos? Mejor aún, ¿vivimos todos?. Creo que la respuesta es no, y algo habrá que hacer. Se criticó al construccionismo su escaso interés por las cuestiones “reales”, lo que verdaderamente importa. No creo que fuera una crítica justa para el construccionismo ni creo que sea invitable para el nuevo escenario post-construccionista.

Global, complejidad, liquidez, flujo o red son conceptos que recurrentemente se utilizan para describir metafóricamente las sociedades contemporáneas, a las que acompañan, y que con frecuencia empiezan a sustituir progresivamente, a las expresiones más comunes de sociedad postindustrial, sociedad de la informa-ción, sociedad del conocimiento y otras similares (Bauman, 2000; Urry, 2000).

¿Podrían esta caja de herramientas que se va elaborando en la era post-construccionista, y que yo he tratado de reflejar en esta conferencia, ser un nuevo arsenal conceptual, ser útil para replantear una acción social comprometida políticamente? ¿Ofrecería nuevas perspectivas para la acción? En rigor, no hay una respuesta a estas preguntas, pero sí que existe un campo de nuevas posibilidades para explorar. Permítanme entonces acabar apropiándome de las palabras de una de mis heroinas, Judith Butler:

“Lo que me mueve políticamente es el momento en que un sujeto –una persona, un colectivo- afirma su derecho o autoridad para una ‘vida vivible’ cuando no existe una autorización previa, cuando no hay una convención clara que le capacite. (...) Vivir es vivir una vida políticamente, con relación al poder, con relación a las otras personas, en el acto de asumir responsabilidad para un futuro colectivo. Sin embargo, asumir responsabilidad para un futuro no es saber su dirección exacta de antemano, ya que el futuro, especialmente el futuro con y por las otras personas, requiere cierta apertura y desconocimiento y eso también implica que cierto antagonismo y enfrentamiento entrará en juego. (...) No es un proceso predecible, debe ser experimentado, igual que debe serlo una pasión. Tmbién puede ser que la vida misma se cierre de antemano cuando el camino correcto sea decidido de antemano, cuando impongamos lo que está bien para todo el mundo sin encontrar un modo de entrar en la comunidad y descubrir en ella ‘lo correcto’ en el núcleo de una traducción cultural. Puede ser que lo que está ‘bien’ y es ‘bueno’ consista en estar abiertas a las tensiones que acosan a las categorías básicas que requerimos, en saber nuestro esencial desconocimiento de lo que conocemos y necesitamos, y en reconocer la señal de la vida –y sus perspectivas- en nuestras respuestas para convivir unas personas con otras” (Butler, 2001:29-30).

 Bibliografía

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